En una columna anterior decía que, a los precios actuales, los bonos del Tesoro a largo plazo se compran para ser vendidos. Su rendimiento es demasiado escaso para justificar una inversión a 30 años. En cambio, la gente posee bonos de largo plazo porque tienen la obligación (como los bancos centrales extranjeros), como una herramienta táctica (como los gestores profesionales que extienden la duración de sus carteras), o con la idea implícita de venderlos más tarde.
Un lector no estuvo de acuerdo. Escribía: "Los bonos del tesoro a largo plazo pueden servir como un excelente diversificador en una cartera de valores. Los rendimientos absolutos y ajustados al riesgo se mejoran añadiendo una asignación de bonos del Tesoro a largo plazo. Los resultados son convincentes". Visto de forma aislada, los bonos de largo plazo no son atractivos. Sin embargo, se ven decididamente más atractivos cuando complementan una posición de acciones.
Ciertamente ha sido así, ya que desde hace mucho tiempo los bonos del Tesoro han ofrecido diversificación a las carteras de acciones. El lector sugería que una posición del 10% al 20% proporcionaría una cobertura útil. Para esta columna, probé una estrategia más audaz: intercambiar los bonos del Tesoro a largo plazo por la totalidad de la parte de renta fija de una cartera tradicional de fondos equilibrados compuesta por 60% de acciones y 40% de bonos. Los resultados fueron realmente sobresalientes.